Había una vez una hormiga que llegó a un hormiguero desconocido, con una maleta cerrada con llave y una sonrisa en la boca. Esperaba ser bien recibida y quedarse allí para siempre. Sin embargo, eso no sucedió. Las hormigas de aquel hormiguero la dejaron quedarse por solidaridad, pero la veían como a una hormiga diferente, y por si fuera poco, desconfiaban de ella y de la maleta que había traído consigo.
A diario las hormigas hacían mil suposiciones sobre lo que contenía la maleta. Unas decían que seguramente estaría llena de comida deliciosa que la hormiga nueva no quería compartir con el resto. Otras pensaban que la maleta debía contener algo malo para hacerles daño a las demás, pues la hormiga extranjera podía tener malas intenciones. Una minoría coincidía en que la maleta debía contener el cuaderno de notas de la nueva huésped, que planeaba robarles toda su comida y lo tenía todo calculado.
Ante tanta desconfianza, las hormigas jefas llamaron a la nueva hormiga a una reunión. Le pedirían que abriese su maleta ante ellos para poder echarla de allí al descubrir su secreto. La hormiga no tuvo más remedio que obedecer a la petición. Todos se quedaron atónitos al descubrir que la maleta estaba completamente vacía, pues la hormiga extranjera no poseía nada más que su amabilidad y simpatía. Las hormigas de su hormiguero lo habían perdido todo y marcharon buscando un lugar donde vivir. Todos se compadecieron de la hormiga y finalmente fue aceptada por el resto, que le dieron una oportunidad y decidieron no juzgar a nadie sin conocerle antes, tan sólo por venir de un lugar distinto. Descubrieron que lo ajeno no siempre es malo y que todos merecemos una oportunidad.
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