Había una vez un bonito campo donde convivía un grupo de plantas de la misma especie. Se llevaban todas muy bien y se aceptaban entre ellas, sin embargo, no sabían que tenían miedo a lo diferente hasta que el viento no trajo una semilla de otro campo. Todas la miraban con curiosidad, y vieron cómo una niña, al descubrirla allí, decidió enterrarla para que creciera. Se dieron cuenta de que la planta crecería irremediablemente.
La planta jefa decidió que eso no podía suceder. Nadie sabía de dónde venía aquella planta, y posiblemente fuese más bonita que todas ellas y les haría sombra. Acordaron que harían todo lo posible porque aquella planta no creciese. Siempre que llovía a mares y había agua suficiente para todas, las plantas cogían más agua de la necesaria y no le dejaban casi nada a la plantita, que ya comenzaba a echar raíces. Cuando hacía mucho sol, las plantas le tapaban la luz a la plantita. La plantita siguió creciendo, pero estaba triste y débil, pues nadie hablaba con ella.
Un día, un viento muy fuerte azotó el campo. Las fuertes plantas se cubrieron entre ellas para que a ninguna le pasase nada, pero la pobre plantita se quedó sola, y de tan débil que estaba, el viento la partió en dos. Las demás plantas sintieron entonces pena por ella, y se dieron cuenta de que por su envidia y su miedo a la plantita, habían acabado por matarla. Aprendieron una lección, y prometieron que no volverían a hacer nada parecido, pues su arrepentimiento duraría para siempre.
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